Viena, 1887-id., 1961 Físico austriaco.
Compartió el Premio Nobel de Física del año 1933 con Paul Dirac por su
contribución al desarrollo de la mecánica cuántica. Ingresó en 1906 en la
Universidad de Viena, en cuyo claustro permaneció, con breves interrupciones,
hasta 1920. Sirvió a su patria durante la Primera Guerra Mundial, y luego, en
1921, se trasladó a Zurich, donde residió los seis años siguientes.
En 1926 publicó una serie de artículos que
sentaron las bases de la moderna mecánica cuántica ondulatoria, y en los cuales
transcribió en derivadas parciales su célebre ecuación diferencial, que
relaciona la energía asociada a una partícula microscópica con la función de
onda descrita por dicha partícula. Dedujo este resultado tras adoptar la
hipótesis de De Broglie, enunciada en 1924, según la cual la materia y las
partículas microscópicas, éstas en especial, son de naturaleza dual y se
comportan a la vez como onda y como cuerpo.
Atendiendo a estas circunstancias, la
ecuación de Schrödinger arroja como resultado funciones de onda, relacionadas
con la probabilidad de que se dé un determinado suceso físico, tal como puede
ser una posición específica de un electrón en su órbita alrededor del núcleo.
En 1927 aceptó la invitación de la
Universidad de Berlín para ocupar la cátedra de Max Planck, y allí entró en
contacto con algunos de los científicos más distinguidos del momento, entre los
que se encontraba Albert Einstein.
Permaneció en dicha universidad hasta 1933,
momento en que decidió abandonar Alemania ante el auge del nazismo y de la
política de persecución sistemática de los judíos. Durante los siete años siguientes
residió en diversos países europeos hasta recalar en 1940 en el Dublin
Institute for Advanced Studies de Irlanda, donde permaneció hasta 1956, año en
el que regresó a Austria como profesor emérito de la Universidad de Viena.
MODELO ATÓMICO
El modelo atómico de Schrödinger (1924) es
un modelo cuántico no relativista. Se basa en la solución de la ecuación de
Schrödinger para un potencial electrostático con simetría esférica, llamado
también átomo hidrogenoide. En este modelo los electrones se contemplaban
originalmente como una onda estacionaria de materia cuya amplitud decaía
rápidamente al sobrepasar el radio atómico.
El modelo de Bohr funcionaba muy bien para
el átomo de hidrógeno. En los espectros realizados para otros átomos se
observaba que electrones de un mismo nivel energético tenían energías
ligeramente diferentes. Esto no tenía explicación en el modelo de Bohr, y
sugería que se necesitaba alguna corrección. La propuesta fue que dentro de un
mismo nivel energético existían subniveles. La forma concreta en que surgieron
de manera natural estos subniveles, fue incorporando órbitas elípticas y
correcciones relativistas. Así, en 1916, Arnold Sommerfeld modificó el modelo
atómico de Bohr, en el cual los electrones sólo giraban en órbitas circulares,
al decir que también podían girar en órbitas elípticas más complejas y calculó
los efectos relativistas.
El modelo atómico de Schrödinger concebía
originalmente los electrones como ondas de materia. Así la ecuación se
interpretaba como la ecuación ondulatoria que describía la evolución en el
tiempo y el espacio de dicha onda material. Más tarde Max Born propuso una
interpretación probabilística de la función de onda de los electrones. Esa
nueva interpretación es compatible con los electrones concebidos como
partículas cuasipuntuales cuya probabilidad de presencia en una determinada
región viene dada por la integral del cuadrado de la función de onda en una
región. Es decir, en la interpretación posterior del modelo, éste era modelo
probabilista que permitía hacer predicciones empíricas, pero en el que la
posición y la cantidad de movimiento no pueden conocerse simultáneamente, por
el principio de incertidumbre. Así mismo el resultado de ciertas mediciones no
están determinadas por el modelo, sino sólo el conjunto de resultados posibles
y su distribución de probabilidad.
El modelo de Schrödinger en su formulación
original no tiene en cuenta el espín de los electrones, esta deficiencia es
corregida por el modelo de Schrödinger-Pauli.
El modelo de Schrödinger ignora los efectos
relativistas de los electrones rápidos, esta deficiencia es corregida por la
ecuación de Dirac que además incorpora la descripción del espín electrónico.
El modelo de Schrödinger si bien predice
razonablemente bien los niveles energéticos, por sí mismo no explica por qué un
electrón en un estado cuántico excitado decae hacia un nivel inferior si existe
alguno libre. Esto fue explicado por primera vez por la electrodinámica
cuántica y es un efecto de la energía del punto cero del vacío cuántico.
Densidad de probabilidad de ubicación de un
electrón para los primeros niveles de energía.
EL GATO DE SCHRODINGEN
El gato de Schrödinger es la paradoja más
popular de la cuántica. La propuso el nobel austríaco Erwin Schrödinger en
1935. Es un experimento mental que muestra lo desconcertante del mundo
cuántico. Tiene distintas variantes, exponemos la más sencilla.
Imaginemos un gato dentro de una caja
completamente opaca. En su interior se instala un mecanismo que une un detector
de electrones a un martillo. Y, justo debajo del martillo, un frasco de cristal
con una dosis de veneno letal para el gato. Si el detector capta un electrón
activará el mecanismo, haciendo que el martillo caiga y rompa el frasco.
Se dispara un electrón. Por lógica, pueden
suceder dos cosas. Puede que el detector capte el electrón y active el
mecanismo. En ese caso, el martillo cae, rompe el frasco y el veneno se expande
por el interior de la caja. El gato lo inhala y muere. Al abrir la caja,
encontraremos al gato muerto. O puede que el electrón tome otro camino y el
detector no lo capte, con lo que el mecanismo nunca se activará, el frasco no
se romperá, y el gato seguirá vivo. En este caso, al abrir la caja el gato
aparecerá sano y salvo.
Hasta aquí todo es lógico. Al finalizar el
experimento veremos al gato vivo o muerto. Y hay un 50% de probabilidades de
que suceda una cosa o la otra. Pero la cuántica desafía nuestro sentido común.
El electrón es al mismo tiempo onda y
partícula. Para entenderlo, sale disparado como una bala, pero también, y al
mismo tiempo, como una ola o como las ondas que se forman en un charco cuando
tiramos una piedra. Es decir, toma distintos caminos a la vez. Y además no se
excluyen sino que se superponen, como se superpondrían las ondas de agua en el
charco. De modo que toma el camino del detector y, al mismo tiempo, el
contrario. El electrón será detectado y el gato morirá. Y, al mismo tiempo, no
será detectado y el gato seguirá vivo. A escala atómica, ambas probabilidades
se cumplen. En el mundo cuántico, el gato acaba vivo y muerto a la vez, y ambos
estados son igual de reales. Pero, al abrir la caja, nosotros sólo lo vemos
vivo o muerto.
¿Qué ha ocurrido? Si ambas posibilidades se
cumplen y son reales, ¿por qué sólo vemos una? La explicación es que el
experimento aplica las leyes cuánticas, pero el gato no es un sistema cuántico.
La cuántica actúa a escala subatómica y sólo bajo determinadas condiciones.
Sólo es válida en partículas aisladas. Cualquier interacción con el entorno
hace que las leyes cuánticas dejen de aplicarse.
Muchas partículas juntas interactúan entre
sí, por eso la cuántica no vale en el mundo de lo grande, como el gato. Tampoco
cuando hay calor, pues el calor es el movimiento de los átomos interactuando. Y
el gato es materia caliente. Pero lo más sorprendente es que incluso nosotros,
al abrir la caja y observar el resultado del experimento, interactuamos y lo
contaminamos.
Así es. Una curiosa característica de la
cuántica es que el mero hecho de observar contamina el experimento y define una
realidad frente a las demás. Einstein expresaba así su desconcierto:
"¿quiere esto decir que la Luna no está ahí cuando nadie la mira?"
Conclusión: cuando el sistema cuántico se
rompe, la realidad se define por una de las opciones. Sólo veremos al gato vivo
o muerto, nunca ambas. Este proceso de tránsito de la realidad cuántica a
nuestra realidad clásica se llama decoherencia, y es la responsable de que
veamos el mundo tal y como lo conocemos. Es decir, una única realidad.
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